jueves, 30 de octubre de 2008

No crucen las vías


Diez

Nueve.
Son nueve y representan
todo lo que no he querido decirte.
El profesor dicta:
“la esencia del instinto del lenguaje
es transmitir noticias”.
Entonces me pregunto la respuesta inevitable:
¿para olvidar te escribo?
¿para anunciar que te he querido?
¿para borrar, al fin?
He necesitado nueve poemas
y una coda que ocupará algo más
de una docena de versos
para fotografiarme desnuda
y arrojar al fuego
mis ojos.

Si no escribiera
tendría que renunciar a la imagen de tu voz,
al sonido que se filtra algunas noches
en mis piernas y susurra
“más tarde habrá que llorar”.
El profesor dice:
“siempre nos quedará el recurso de la poesía”.

Si no escribiera,
cubriría de hojalata mis rincones,
ofrecería mi sonrisa más gris,
el metal sería mi pulso.
Tendría que soldar mis dedos, vigilarlos.

Nueve.
Son nueve y no bastan,
sé que no son suficiente,
pero cuando las manos tiemblan
el azúcar puede ser lo más importante.

Discúlpame que no acabe.




martes, 28 de octubre de 2008

Lluvia


Esta ciudad marina no se acostumbra al agua.
Hoy he visto pasar a decenas de hombres y mujeres
abrazándose a sí mismos,
protegiendo sus pechos del frío
y sus cuellos.
Los autobuses resbalaban hasta sus estaciones
donde una muralla de aire quieto los hacía parar
(parecía que llevaran hielo y no ruedas).
Las zapatillas de tela, los vaqueros, las prisas
han volado por encima de los charcos
cuatro mil setecientas cincuenta y dos veces;
trece millones y siete veces más
se han ahogado, despistados.
Las casas se han hundido,
las bicicletas han llorado toda la mañana
la ausencia de unas piernas fabulosas
que den vida a sus pedales.
Los coches han llorado
porque querían haber sido bicicletas.
No han salido los perros a la hora habitual.
Nada es habitual aquí cuando llueve.
Las nubes dejan las calles de esta ciudad
en un estado de desolación tan disuelto entre los restos
que dan ganas de hacer con ella un barco de papel
y echarla a navegar.
Y lo peor de todo:
cuando acaba y, en una hora cualquiera de la tarde,
los transeúntes rectifican de nuevo sus espaldas
y todo es más lento y parece más sabido
alguien mira al cielo y se da cuenta
de que sólo es una ilusión de novedad,
de que todo ha sido tan líquido, tan frágil, tanta lluvia,
que ya nadie sabe qué hacer bajo este sol
del infierno.



lunes, 27 de octubre de 2008

De cronopio a cronopio


De cronopio a cronopio
(o qué puede ocurrir cuando dos entes húmedos y verdes se comunican en la distancia)

- ¿Te cuento un secreto?

- Por favor.

- ¿O prefieres varios?

- Varios.

- Está bien. Las lágrimas me dan asco, más asco que cualquier otra cosa; el sudor me encanta; me gusta quemarme el paladar con la sopa y el café; detesto la sobremesa y el olor a aliento; si tuviera que elegir algún poder, elegiría el de ser invisible: me gusta mirar; no me gusta que la gente se acerque a mí cuando habla y no tengo nombre (huyo de él).

- ¿Todo eso es verdad?

- Sí.

- ¿No tienes nombre?

- No. Para dirigirte a mí tienes que tocarme.

- ¿Quieres que me dirija a ti?

- Así es.

- Pues ven a buscarme.

- ¿Dónde estás?

- En la tercera estrella después de la luna, a la derecha según vienes de la tierra.

- Tardaré unos treinta millones de años (estoy en un agujero negro). ¿Me esperas?

- Siempre.

- Comienzo, entonces, mi viaje. Pero antes, quiero proponerte algo.

- ¿De qué se trata?

- Es una idea mía, genuina, y pensada para ti.

- Dime.

- Teniendo en cuenta lo imposible del atractivo de tus bíceps y el imán tortuoso de tus ojos, he concluido que serán muchas las aventureras y usurpadoras que intenten ofrecerte un amor teñido de rubio platino (o lleno de rizos y baños). Te propongo, como distracción, que vayas hilando una tela. Cada vez que alguna de estas jóvenes, irrespetuosas mujercitas llame a tu puerta con promesas de azúcares y multiorgasmos, tú le dirás: "cuando acabe de hilar esta tela". ¿Qué te parece?

- ¿Tendré que pasar treinta millones de años tejiendo?

- Si aceptas, así deberá ser. Pero cuando te encuentre, seré yo quien haga las más infinitas y perfeccionadas trenzas con tu cuerpo.

- Me parece una idea maravillosa.

- Cuando estemos juntos nos envolveremos en nuestra tela, treinta millones de años más cierta que cualquiera de aquellas vanas promesas.

- ¿De qué material la quieres?

- Sabía que te gustaría mi idea. Déjame que piense...quiero que tenga un pétalo de azahar, tres gramos de sonido de chicharra a mediodía, medio punto de sabor de axila.. A ver, qué más... Quiero algo de esa luz parpadeante que marea en las discotecas de saturno y mil setecientos litros de ceniza de orión. Diez relámpagos del día en que nací y un rincón húmedo de agua de marte. De agua de marte con tequila.

- Está bien, pero tiene que ir entreverada con hoja de alcachofa.

- Acepto.

- ¡Cuánta alegría! Empezaré ahora mismo a tejerla. Aunque antes tendré que ir al huerto de venus, por lo de las alcachofas.

- Ve. Nos vemos dentro de treinta millones de años.

- Aquí estaré.

domingo, 26 de octubre de 2008




la manera de terminar un poema
como este
es quedarse de pronto
callado.

Amor, fama y muerte

Bukowski

martes, 21 de octubre de 2008

sábado, 18 de octubre de 2008

Sólo recuerdos





Tengo hambre, no he comido aún. Como una confabulación de los astros se oye desde el televisor de la cocina (cómo se clavan el olor del café y la casualidad insana)a una mujer que canta. Y debe estar ataviada en un vestido de flores, en su frente deben reposar, al menos, dos o tres rizos, su sonrisa será menuda. Una mujer que canta como cantan los pájaros en sus jaulas, atrapada en unos años todos blanco y negro y música de la nación.

Tengo hambre y estoy leyendo apuntes sobre venus hinchadas de belleza y venus sin brazos, sobre artistas y poetas, y tengo hambre. Esa mujer sigue cantando para que alguien recuerde, para que alguien -en esta tarde colmada de sábado- sea feliz en su niñez o acaso en la que no tuvo y piense en la gama de grises que se le cayeron de las manos hace años.

A veces creo que hay cosas que sólo se hace para aprender- hay quién no sabe-a añorar sin tener que sentir esa tristeza que llora. Me sirven de ejemplo esa voz nerviosa de canto asfixiado o estos nombres de poetas y de venus que alguna mañana serán para mí sólo recuerdos.

viernes, 17 de octubre de 2008

Cincuenta y tres minutos


-Buenos días- dijo el principito.
-Buenos días- dijo el mercader.
Era un mercader de píldoras perfeccionadas que aplacan la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.
-¿Por qué vendes eso?- dijo el principito.
-Es una gran economía de tiempo- dijo el mercader-. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
-Y, ¿qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
-Se hace lo que se quiere...
"Yo, se dijo el principito, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría suavemente hacia una fuente...".
El principito
Saint-Exupéry

Jueves de poesía



Para que yo pudiera amarte
los españoles tuvieron que conquistar América
y mis abuelos
huir de Génova en un barco de carga.

Para que yo pudiera amarte
Marx tuvo que escribir El Capital
y Neruda, la Oda a Leningrado.

Para que yo pudiera amarte
en España hubo una guerra civil
y Lorca murió asesinado
después de haber viajado a Nueva York.

Para que yo pudiera amarte
Catulo se enamoró de Lesbia
y Romeo, de Julieta
Ingrid Bergman filmó Stromboli
y Pasolini, los Cien Días de Saló.

Para que yo pudiera amarte,
Lluís Llach tuvo que cantar Els Segadors
y Milva, los poemas de Bertolt Brecht.

Para que yo pudiera amarte
alguien tuvo que plantar un cerezo
en la tapia de tu casa
y Garibaldi pelear en Montevideo.

Para que yo pudiera amarte
las crisálidas se hicieron mariposas
y los generales tomaron el poder.

Para que yo pudiera amarte
tuve que huir en barco de la ciudad donde nací
y tú resistir a Franco.

Para que nos amáramos, al fin,
ocurrieron todas las cosas de este mundo

y desde que no nos amamos
sólo existe un gran desorden.

Historia de un amor
Cristina Peri Rossi

miércoles, 15 de octubre de 2008

Mientras el mundo gira


Me da vértigo el punto muerto
y la marcha atrás,
vivir en los atascos,
los frenos automáticos y el olor a gasoil.


Me angustia el cruce de miradas
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.


Me da pena la vida, los cambios de sentido,
las señales de stop y los pasos perdidos.



Me agobian las medianas,
las frases que están hechas,
los que nunca saludan y los malos profetas.


Me fatigan los dioses bajados del Olimpo
a conquistar la Tierra
y los necios de espíritu.


Me entristecen quienes me venden clines
en los pasos de cebra,
los que enferman de cáncer
y los que sólo son simples marionetas.



Me aplasta la hermosura
de los cuerpos perfectos,
las sirenas que ululan en las noches de fiesta,
los códigos de barras,
el baile de etiquetas.


Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.


Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.


Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras que el mundo gira.


Francisco M. Ortega Palomares

lunes, 13 de octubre de 2008

Ciudad pendiente


Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria,
antes de hundirte para siempre en las olas amantes.
Ciudad del paraíso
Vicente Aleixandre

viernes, 10 de octubre de 2008

El viento






El viento no soplaba favorable:

escocía en los ojos

y en las yemas de los dedos

silvaba travieso

su canción de libertad

mientras los hombres

cerraban los puños con más fuerza,

como aquel cuento de la infancia

en que el sol venció al aire

y desnudó a la campesina.

domingo, 5 de octubre de 2008

Camino del balneario






Esta tarde veo palabras
dibujándole siluetas a las barcas
y se mezclan con el sudor de un mar
que tiene a la ciudad como horizonte.
Esta tarde veo mares.

sábado, 4 de octubre de 2008

Huelga




Hoy he decidido
que voy a olvidarme de ti

porque los huesos se quejan,

dices que van a hacerme huelga

por humedad.