miércoles, 17 de diciembre de 2008





-Cronopio, cronopio, cronopio.
Y el fama comprendía, y su soledad era menos amarga.
Julio Cortázar


Bebo de tu piel
el rastro de otra piel
que sabe a tierra húmeda
y reímos con mis muecas
al besarte las huellas
que han dejado por tu espalda
unas uñas más tersas que las mías.
Con un ímpetu de esclava
debajo de tu pecho
aparto la mirada de tus movimientos
y me alzo feliz en las alturas
para dedicarle los más frágiles versos
a tus labios infinitos.
Se tensan tus piernas
-muslos de piedra y de plata-
cuando vemos cómo nace de tu ombligo
un cactus que, iracundo e inflamado,
acaba con el pulso de mi cuello,
todo ciprés cayendo
sobre un infierno de mares.
Tu risa es una señal de socorro,
mis manos recogiendo
las hojas de mi sangre derramadas
y tu sudor entre las olas.
Y este llanto.

Hace días que sueño cosas tristes
y me despierta el sonido de las lágrimas.
Mediante un ejercicio
exhaustivo de memoria
recorro el llanto primero del alba,
las hojas rotas del sueño,
tu risa de amenaza,
el cuello hacia el abismo,
un cactus que brotaba de tu vientre,
tus piernas contraídas,
los versos más oscuros,
la altura y las cadenas,
las uñas visitadas,
la tierra humedecida
sugiriéndome un camino por tu cuerpo.
Y, entonces, bebo tu piel
en la memoria y comprendo,
y mi soledad es menos amarga,
hasta el café de las doce.

1 comentario:

natalia manzano dijo...

vibras...
¡y yo que sé!