miércoles, 16 de septiembre de 2009



Digo vivir, vivir como si nada

hubiese de quedar en lo que escribo.

Blas de Otero




"El poder de la palabra" es una expresión que está de moda y ciertos sujetos se la agencian, sobre todo, cuando quieren verse dignos delante de un espejo: es su arma más poderosa. Sin embargo, la palabra es más que eso, y también es menos. Es menos cuando alguien reduce el mundo a blanco y negro, círculos o rayas, bien o mal, sin saber que se está conformando sólo con las esquinas (afortundamente, esto que nos sucede va de matices). Cuando alguien asegura que al cerrar los ojos vio un árbol o una casa está rompiendo el molde mismo de la imaginación, ya no vio nada, de hecho ya casi ni cerró los ojos. Esto es lo que creo que hace la palabra y lo que la domina: limpia de asperezas la figura, fija cada cromo en su lugar, da esplendar, al fin, a lo quesomos. Porque eso sí, si hemos llegado a ser lo que somos ha sido gracias (¿gracias?) a la comunicación, gracias al lenguaje. Estamos, pues, forzados a ubicar cada impresión real o imaginaria en un lugar adjudicado entre la A y la Z y s un triste engaño aquello de que la palabra nos hace libres.


Sin embargo, a veces ocurre el milagro y en un banco del parque María intenta relatar aquel concierto, aquella canción que... O Rosa, que no soporta su incapacidad para explicarle a Juan qué sentía exactamente mientras su hijo iba creciéndole en el vientre, y ella seguía sin saber cómo decir y no supo hasta que un día su hijo dijo "papá" y Juan lloró durante horas y Rosa comprendió que él había comprendido. A veces ocurre que una tarde transcurre entre lubricante sexo comentado, entre palabras que pervienten al oído y fantasías relatadas con tacones de aguja y sin embargo, justo en el último segundo, el grito se hace lengua y se respira, se palpa o se hace venas. Y ya no hay nada más que decir.


En definitiva, a veces ourre que la vida se mata y se recrea en un instante y golpea enfurecida a las palabras o las barre con delicadeza o cimplemente las acompaña abdicar. Yo tengo la impresión de que mis dás van de salto en salto buscando inexorable esos momentos. Entre tanto, me esfuerzo por rellenar las hras vanas con letras ajenas o imágenes prestabas buscando que, coo mínimo, esto que nos resta sea un inmenso juego de palabras.