martes, 3 de junio de 2008

Almas-bisagras


Porque ella y él

Cuando uno crece la vida le va creciendo por entre los dedos, debajo de la piel, el vello en las axilas, las manos sudorosas, el deseo en la pupila, la sed. Cuando uno crece también le crece la muerte, porque vivir es morir igual que comenzar es llegar, pero vivir … Entonces hay otras cuestiones: está el alma y sus orificios, por ejemplo. Uno es capaz de sentir, algunos días, que el alma se le ha vuelto del revés y le muestra las costuras, que se le fue por una de esas redondas esferas que la habitan como claraboyas hacia un patio más intenso y más desconocido y se le volvió a la inversa (la etiqueta en el pecho, los hombros a la cintura, el ombligo en la boca, la rodilla en un ojo). Cuando uno crece padece la necesidad, padece el miedo, pero goza del amor y la vida se le suma en abstracciones. Los problemas crecen al mismo ritmo y donde antes era un leve lloriqueo ahora es la desdicha plena y la desesperación; los goces crecen y ahora son gritos y pequeñas constelaciones girando en torno a una caricia donde antes un simple caramelo. Uno crece y también crece el darse cuenta, lo más triste. Sin embargo, qué honda satisfacción encontrar entre todos los crecidos (porque no sólo uno crece sino que varios crecen con uno en una supuesta generación) un hombro en el que llorar sin dar explicaciones. La amistad crece, afortunadamente, al ritmo de los senos y las nostalgias, y eso que se va formando -eso a lo que algunos llaman alma- se forja también en un continuo ensamblaje con otros proyectos crecientes, con otras potencias de alma. Afortunado aquél crecido que halla entre el jardín letal del tiempo y de sus rosas un alma-bisagra hacia la felicidad.

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