Háblales de mí. Diles que he sido a veces una llamada de teléfono, una radio hecha pedazos que escupía una canción, heridas en los pies; diles que he sido un pañuelo que agolpaba la sangre en tus ojos, una piedra a cada paso, una sombra tras tu sombra y sobre tu cabello. Recuerda que debes decirles que pude ser como una abeja, que alguna noche encontraste en mis talones el sabor del acero. Coméntales aquello que mi madre decía: “eres como un niño, como un niño sucio”. Diles que fui tuerca, que fui alfombra, folio, uña, que fui el clak clak clak de un teclado a la hora de la siesta. Diles que he sido bisagra, aceite, sol y también que he sido media cama libre o una noche de sábanas de hotel. Diles que pude ser algunas veces algo bolígrafo, un poco tacón, que no tengo remedio. Que fui vela y orina, oficina, guitarra. Diles, diles, diles.
Pero no olvides decirles que conmigo fuiste agua. Siempre agua.
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