Tengo hambre, no he comido aún. Como una confabulación de los astros se oye desde el televisor de la cocina (cómo se clavan el olor del café y la casualidad insana)a una mujer que canta. Y debe estar ataviada en un vestido de flores, en su frente deben reposar, al menos, dos o tres rizos, su sonrisa será menuda. Una mujer que canta como cantan los pájaros en sus jaulas, atrapada en unos años todos blanco y negro y música de la nación.
Tengo hambre y estoy leyendo apuntes sobre venus hinchadas de belleza y venus sin brazos, sobre artistas y poetas, y tengo hambre. Esa mujer sigue cantando para que alguien recuerde, para que alguien -en esta tarde colmada de sábado- sea feliz en su niñez o acaso en la que no tuvo y piense en la gama de grises que se le cayeron de las manos hace años.
A veces creo que hay cosas que sólo se hace para aprender- hay quién no sabe-a añorar sin tener que sentir esa tristeza que llora. Me sirven de ejemplo esa voz nerviosa de canto asfixiado o estos nombres de poetas y de venus que alguna mañana serán para mí sólo recuerdos.
1 comentario:
Una casualidad insana me trajo hasta aquí. Sigues dibujando palabras, porque escribir... jamás has escrito.
Nunca lo hagas.
Sería negar tu propia existencia, como si yo dejase de gruñir y empezase a hablar.
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