Sólo hizo falta un brindis por amor -le quiere y se ha ido- para que el color acre conquistara los reinos más cansados y sutiles de mi cuerpo. Y ahora este desierto detrás de mis talones.
Dicen que es un lugar indomable: no hay calles en su calle, no hay árboles ni parques, ni coches, ni aceras, no hay fuentes, no hay nubes, identidad ni tiempo. Pero esta tierra estéril se presta a las metáforas y a mi forma doliente de quererte. Por eso yo la habito.
El día aquí es furiosamente ardiente, las noches son metálicas navajas y, bajo el lamento de un sol penitente, el aire gime indecoroso y su quejido es el dolor de la carne. Por lo demás, la soledad aquí se suma en abstracciones. Por eso reino yo este desierto: a fuerza de erosión me erige como arena, viento u horizonte, y puedo ser en un extenso instante el baile que hace el sol hacia occidente y la lágrima que cae por un recuerdo.
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